lunes, 25 de octubre de 2010

Los dedos me queman y las palabras salen solas.
No lo hago porque quiera justificar nada, ni porque haya alguien al otro lado que lo vaya a leer, sino por una necesidad incurable de escribir y no decir con la voz lo que hay dentro de mí. Siempre es igual. Y no me quejo, es uno de los placeres más extraños que se pueden disfrutar.

De pronto apareces tú, y haces que necesite escribir. Y de pronto
siento de nuevo ese sabor agridulce que me produce pensar y callar. Escribir y esperar. Siempre es igual.

Ya no lo recordaba. Y me gusta.

Pero que dure poco o terminaré odiando (como siempre) esa sensación.

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